Así, de repente, aprendió que los siempre no existen. Que el tiempo se mide en eso, en tiempo. Y el tiempo pasa, querida. No se toca. Se va. Como en una simple vela... Y piensa que tuvo la mala suerte de ser una vela mal puesta, quizá demasiado cerca de la que creía la vela que mejor podría acompañarla con su luz. Resultó, confirmando aquellas dudas de última hora que hacían temblar su reflejo en aquellas paredes, que se veía acabar antes de lo pensado. Que aquella otra vela también la quemaba a ella. Y que ella, con los temblores de su pequeña pero fuerte llama, también derramaba la cera de aquélla. Y así, sin más, el espacio les alejó. Cuando se dieron cuenta sus cuerpos apenas tenían fuerza para recomponerse. Aquella cera derretida se extendió más de lo recuperable. Y por mucho que quisieran mover superficies, lunas y vientos..., ya no. Era demasiado tarde. La cera se enfría... y los cuentos terminan. Y este cuento terminó. Ella, como pueda, seguirá manteniendo su luz, aunque no brille, aunque en ocasiones no ilumine... pero luz será al fin y al cabo. Y sabe, sueña, porque decide soñar y elige saber, que algún día podrá iluminar paredes, cielos y universos enteros... Y mientras tanto, sólo espera...
Somos tan sólo mechas...

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