Pues sí. Porque si las proximidades fuesen más sencillas le pediría un abrazo. O dos... O tres... O toda una noche. Pero sabe que los escudos pesan. Aunque las ganas de romperlos a veces puedan bastar. Porque esas despedidas improvisadas no son más reflejo que rupturas de aceros, y cañonazos, y empujones a besos contra los miedos.
Porque no podía quedarse sin avanzar. No podía dejarle marchar sin más después de que sus brazos aún sintieran sus susurros que a través de su piel tanto contaban... Después de que sus taquicardias fueran una expresión exacta de un mamihlapinatapai bien jugado. Que vaya partida, por cierto. Que se quiten todos los billares y todas las apuestas. Sus ojos cerca revientan calmas y despiertan tempestades. ¿Y quién sabe si camas? Qué más da. Que como confesó anoche, no sabe ni qué y casi ni le importa. Pero eso sí, que no se baje del coche sin autoprovocarse cara de idiota; tanto que hasta la radio le sobraba (joder, vaya cara...).
Total, que sí. Que Batman (aunque sea azul y esté entre galletas) aprende a levantarse. Y que ella pide abrazos. Y los rechaza. Y los necesita. Pero quiere darse por abrazada... Necesita lógica...
Y probablemente..., toda una noche.
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