Y eso es, que llega un punto en el que dar término parece incluso la opción más viable, si no la más cómoda. Resulta que mi uno, ese al que tan bien malcreo que en ocasiones controlo, tenía el deseo de despojarse de todas sus ropas sabiendo que con ellas podían irse tiras dérmicas. Con el correspondiente riesgo de que pudiera no volver a vestirse de nuevo. Con la consecuencia de que efectivamente, aún siendo un sólo uno de cien, ese otro uno ajeno gana. Y aquí llega su frustración, su rabia, sus gritos a boca cerrada y sus ojos ante el secador. Se plantea un cambio de voluntades. De momento decidió el primer paso, y es no tener deseos. Y ya duda sobre si querer dejar helio en libertad o si buscar cordón en la caja de costura o si pensar en respirar.
De momento, no más aire por hoy, que demasiado le afecta. Que siga haciendo nudos (gracias).

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