20130307

Lo que no me atreví a dejar en el suelo

Después de 32 horas de andanzas que ya envidiaría el enjuto caballero, después de sumar horas decentes de sueño, después de hallar un poco de seguro efímero silencio del corral pampero y después de todo, llegan las confesiones. Y es que cuando lees (que no oyes, porque no se osa) cosas tales como "aún no te has ido y ya te echo de menos" no te queda más que, cuanto menos, reírte y cuanto más mejor. Aquí vendría el pero que obviaré, porque no necesito decir que cuando asumo la despedida y asumo que viene un sesenta de magnitudes desconocidas y con elementos contenedores más a desconocer aún, es cuando mis ojos tiemblan y tienen la extraña reacción de expulsar partículas acuosas que hacía tiempo no salían, aunque ya conocidas (merecida revisión mental pospuesta). En cierta forma, quien sí reclama constancia entre huecos sin querer llevar su ropa nueva es la parte desprevenida, que aún tiene restos orgánicos no lascivos del miedo. Porque extañamente, tras discutir sobre si get o si be, parece que empieza a darse cuenta. El mundo también suena fuera.

Una de almohadas, por favor.

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