Aprovecha el hueco para recordar que es una decisión ya tomada, que le toca caminar, porque ella no llora para nada. Si hay lágrimas que sean con motivo y como impulso para objetivamente volar. Y como bien le decían aquellos bucles descolocados "hay que aprender a vivir en el caos". No hablaban de paracaídas precisamente. Ni de cuerdas sueltas. No sabía si el truco estaba en caminar sin brújulas donde las paradas de metro no lleguen ("eso no vale", decía él convencido). Pero recordaba esos reducidos 3 chakras y no podía evitar querer ordenarlos, preguntarles y ordenarlos.
Y en el lugar paralelo a su nueva pequeña y blanca vida, áspera también, decide soñar pensando en volar.
Soñar.
Pensar.
Volar.
Se queda con volar.
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