Hablaban de paras. Aunque fuera de compartires. Y el tono imaginario de imperiosidad era lo que le dio ese pequeño calambre como cuando rozas una piel conocida y chocan. Sabía que fue una nota mal escuchada. O igual, fantasmas susurrando, como él decía. Sabía que realmente bailaban en la misma escala. Pero che, los calambres no se esperan. A los calambres no se les invita. Uno no decide cuándo va a arder, como dirían palabras dibujadas en el suelo en forma de rayuela.
Y fue entonces cuando sintió una pequeña mano en alto, que detuvo toda su algarabía, que le hizo encontrarse en su limbo, aquél del que tanto disfrutaba (¡coño!). Fue consciente de esa suerte de haber caminado apenas sin mirar. Y de ese riesgo que pese a existir no la hizo caer. Y ahora, se siente con esa venda en los ojos, con la mano extendida, conociendo sólo el suelo bajo sus pies. Y es que se plantea si debe preguntarse qué viene después. ¡Pero no! Toca mantener decisiones acertadas. Y si no sabe de qué color será la baldosa que pise después, o si el césped estará nevado, o si viene un charco o tres... es lo que elige. Porque quizá la jugada salga bien. Pero no llega a jugar. Si acaso, gana sin querer.
Ella de momento se queda en su limbo.
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